
Hay historias en el FPC que no se olvidan. Algunas porque nos hicieron vibrar… y otras porque nos rompieron. Y aunque nadie quiere volver a esos días grises, hay jugadores que merecen que se cuente lo que fueron, lo que dejaron y lo que significaron.
Uno de ellos es Hernán “Carepa” Gaviria, un tipo serio para jugar, elegante para pegarle al balón y silencioso para liderar. Un crack sin escándalos, sin maquillaje, sin poses. De los que te ganan el respeto solo con fútbol. ⚽🔥
Pero detrás de ese nombre hay algo más profundo, una historia que empezó con gloria, creció con talento, y terminó en una de las tragedias más dolorosas del fútbol colombiano.
El niño de Carepa que se volvió gigante

Hernán Gaviria Carvajal nació el 27 de noviembre de 1969 en Carepa, Antioquia, el pueblo que más adelante bautizaría su apodo. Desde peladito mostró que tenía un guante en el pie derecho. No era el jugador de las 50 gambetas… era el del pase limpio, el remate quirúrgico y la lectura de juego que pocos tenían.
En Atlético Nacional explotó:
- Campeón de liga en 1991
- Subcampeón de la Libertadores ese mismo año
- Pieza clave en un mediocampo que tenía jerarquía por montones
Después pasó por Deportivo Cali, Deportivo Pasto, el Shanghai Shenhua de China (sí, fue de los pioneros en irse a Asia) y cerró su carrera nuevamente en el fútbol colombiano con el Deportivo Cali en 2002.
El volante que amaba la camiseta de Colombia 🇨🇴

“Carepa” jugó 27 partidos con la Selección Colombia. Metió tres goles oficiales, todos con esa pegada que asustaba arqueros. Participó en:
- Copa América 1991
- Copa América 1993
- Eliminatorias al 94 y 98
Era el tipo que no hacía ruido afuera… pero hacía jugar a todos adentro de la cancha.
El día en que el cielo gritó
24 de octubre de 2002.
Sede campestre del Deportivo Cali en Pance.
Una tarde nublada, de esas en las que el clima no avisa si se va a poner feo o solo quiere asustar.
El equipo entrenaba normal. Entre ellos, “Carepa”, siempre serio, siempre profesional. Al otro lado, Giovanni Córdoba, un mediocampista joven, fuerte, disciplinado, una de las promesas del club.
A las 4:45 p.m., el cielo retumbó.
Un rayo cayó directo sobre el campo.
No hubo tiempo de nada.
El impacto le dio de lleno a Hernán Gaviria, que quedó tendido sin signos vitales. Al mismo tiempo, Giovanni Córdoba también fue alcanzado y colapsó en el césped.
Los jugadores, el entrenador Óscar Héctor Quintabani y el preparador físico Hernando Arias corrieron desesperados. Las ambulancias llegaron, pero la descarga había sido brutal. “Carepa” murió ahí mismo, en la cancha, frente a sus compañeros.
Giovanni Córdoba, en estado crítico, fue trasladado a la Clínica Imbanaco. Luchó tres días como un guerrero. Pero el 27 de octubre de 2002, Colombia volvió a llorar: Giovanni también falleció.

El FPC quedó marcado. No solo por la tragedia… sino por la impotencia de perder a dos futbolistas en el lugar donde siempre se sienten más vivos: una cancha.
El legado que nunca se apagó
Desde ese día, el nombre de “Carepa” Gaviria dejó de ser solo el de un buen volante para convertirse en un símbolo de respeto. Los hinchas de Nacional, Cali y la Selección lo recuerdan con admiración. Los que lo vieron jugar saben que fue un crack en silencio, un líder sin gritos, un profesional impecable.
Colombia perdió un jugadorazo. Pero el fútbol colombiano ganó una leyenda, una historia que vale oro y que merece contarse con la verdad, como hoy.
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